Destete

Man Holding Book Statue

Como un niño destetado de su madre;
Como un niño destetado está mi alma.

Salmos 131:2b

En algún momento nos llega y tenemos que enfrentarla. El postrer enemigo, la pálida, la Parca… la muerte, ese poder maligno que nos arrebata sin pausa lo que más amamos. Lo hace de muchas maneras. Puede ser de improviso, sin avisar y repentinamente; en un instante determinado estábamos conversando y alegrándonos con alguien, y al instante siguiente esa persona ya no está. O puede ser después de una enfermedad penosa y larga, en donde esa persona amada se nos va apagando, y vemos impotentes cómo la vida le va dejando, poco a poco, sin que podamos hacer nada por detenerlo. En cualquier caso está claro: la muerte es una enemiga despiadada y cruel. Allí quedamos nosotros, sin ese ser querido, con nada más que sus recuerdos, o las pocas cosas que dejó atrás y que nos hablan de él. ¿Qué hacemos ahora..?

Este salmo, aunque no parezca, nos habla de esta realidad. Parece, y está, empapado de imágenes maternales. Nos proyecta la imagen de un bebé, un infante, un niño muy pequeño, completamente confiado en el cuidado de su amorosa madre, quien lo cuida con ternura infinita. Probablemente, si abrimos algún comentario sobre el texto, es lo que nos diría. Más aun; una consulta a varias traducciones nos indica que varios traductores han interpretado esta imagen como la de un niño recién amamantado, y satisfecho. Sublime ternura, sin duda; pero no muy correcta.

Efectivamente, el salmo habla de un niño pequeño, como dijimos, completamente confiado en el tierno cuidado de su madre; una ilustración clásica del amor infinito de la maternidad. Pero la imagen no es la de un niño contento, satisfecho y amamantado, sino todo lo contrario.

Como siempre, la Biblia tiene formas de apuntar a realidades durísimas con suma franqueza, y aquí tenemos un claro ejemplo. Este niño, rodeado del sublime amor de su madre, no está contento. No está feliz. Está destetado. Esa es la palabra empleada en el original: destetado. Su forma habitual de alimentarse y relacionarse con su madre, terminó. Ya no sigue más. Aquello que era conocido y seguro, su refugio en donde podía hallar alimento y afecto, le fue arrancado, y ya no podrá volver a hacerlo nunca más. Como dice el diccionario en una de sus acepciones, es «apartar a los hijos de las atenciones y comodidades de su casa para que aprendan a desenvolverse por sí mismos».

No hay forma de evadir esta realidad. Es un cambio traumático, brutal, durísimo. Es la vida que avanza, y que exige cortes y negativas. Por parte del niño, implica dolor, molestia, enojo, y sensaciones de abandono.

Es esta la sensación que describe el salmista. ¿Cuál es la circunstancia que lo ha motivado? No podemos saber, pues no se nos brinda ese detalle. Pero sabemos la confesión de su dolor: «como niño destetado está mi alma». A mi alma —dice el Salmista— le arrancaron algo o alguien a quien quería muchísimo. A mi alma se le ha negado aquello que era tan común hasta hace poco, tan cotidiano, pero que ahora ya no será nunca más. Es la experiencia del destete; es la experiencia de la separación, del alejamiento, de la pérdida; de una soledad existencial, vital, de un agujero en el alma que nunca podremos llenar. Es la experiencia del dolor, algo que nos toca vivir en esta vida; es nuestro destino, si a algo podemos llamar así.

Esa es la experiencia que nos toca vivir cuando alguien cercano y amado nos deja. Solo queda el vacío, y las ansias de algo que ya nunca más experimentaremos. Una sonrisa, una palabra de cariño, nuestro nombre pronunciado por ese ser amado, el sonido de su voz, su mirada, su ánimo; cosas conocidas, pero que nos han sido destetadas, arrancadas, eliminadas. «Como un niño destetado de su madre, como un niño destetado está mi alma».

No hay vuelta atrás para este dolor, ni para lo que viene con él. Podemos sentir tantas cosas: insomnio, agotamiento, irritabilidad, y a veces el llanto, o muchas otras cosas. Como el niño destetado, retroceder no es posible. Con este dolor tenemos que vivir, tenemos que intentar seguir, pero ¿cómo? ¿Cómo ir adelante, si lo que más queríamos nos fue arrancado…?

La Palabra de Dios nos indica que una solución efectiva es aferrarnos a la esperanza. Como nos dice el versículo 3: «espera, oh Israel, en el Señor, desde ahora y para siempre». Porque Él nos promete que algún día, alguna vez, todo dolor va a pasar. Mediante el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, Dios «enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido» (Apocalipis 21:4, BLPH). Hoy la muerte pudo tener una victoria momentánea, pero va a llegar ese día en el cual, mediante la preciosa sangre de Jesucristo, nuestro Señor, esto se va a acabar, y la muerte se irá para nunca más volver. Tenemos esperanza (1 Tesalonicenses 4:13) gracias a Cristo Jesús.

En medio de este vacío, de esta sensación de embotamiento en donde todo tiene el mismo color gris, el mismo sabor insípido, el mismo peso de rutina, confiemos y esperemos. Llegará el día en donde la sensación de ser un «niño destetado» quedará en el pasado, definitivamente. Si estás enfrentando el dolor de una pérdida, te invito a confiar en Aquel que lo perdió todo para darnos la posibilidad de vivir.

Señor Dios, que diste a tu hijo Jesucristo para darnos la vida eterna por los méritos de su redención: Ayúdanos a esperar en ti, y mediante tu Espíritu Santo, consuélanos de tanto dolor que nos toca vivir, y también consuela a tanta gente que debe vivir pérdidas indecibles, para que tengamos esperanza y salgamos adelante fortalecidos con tu gracia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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