Una súplica ante la aflicción

Sunset, Tree, Silhouette, Dusk, Lonely, Abendstimmung

Afligido estoy en gran manera;
Vivifícame, oh Jehová, conforme a tu palabra.

Salmos 119:107

El Salmo 119 es el capítulo más largo de toda la Biblia. Es un largo poema acróstico; cada letra del alfabeto hebreo (22) sirve de inicial a ocho versículos cada una, totalizando así 176 versículos. Su tema principal es, como nos dice el encabezado en la versión Reina-Valera 1960, cantar las «excelencias de la ley (o instrucción, o enseñanza) de Dios». Aun así, la mayoría de los estudiosos de la poesía hebrea no lo considera un ejemplo de alta calidad poética, considerando a otros salmos y poemas hebreos como mejor situados en esta categoría.

A pesar de todo lo dicho, el Salmo es una verdadera maravilla. Leer y meditar en él es una oportunidad de unir el placer estético con enseñanzas que a uno lo dejan humillado, asombrado, sorprendido; pero siempre con ánimo y consuelo. Cada versículo, cada línea del acróstico tiene tanta riqueza de contenido que bien puede ser la base de al menos un sermón completo, y apenas estaríamos raspando la superficie. Así es la multiforme sabiduría y gracia de nuestro Dios (Efesios 3:10; 1 Pedro 4:10).

En primer lugar, una vez más el Salmo 119 nos ofrece una pequeña joya llena de consuelo y paz. Nos habla de aflicción. Ya nos avisó el Señor Jesucristo: «en el mundo tendréis aflicción» (Juan 16:33). De hecho, esta enseñanza del mismo Cristo en el evangelio de San Juan es un paralelo muy apropiado de este versículo.

El Salmo, y también Jesucristo nuestro Maestro, en su instrucción (torah), nos brindan un muy necesario equilibrio bíblico ante el triunfalismo imperante en tanto discurso pseudoespiritual. En muchas ocasiones, en nuestros ambientes eclesiásticos nos hacen cantar himnos que dicen «Feliz, cantando alegre / Yo vivo siempre así…», y nos hablan del gozo, de mostrar una carita feliz a los ojos de todos, especialmente a los de afuera. Pero la realidad es otra. «Afligido estoy». Esa es la realidad. «En gran manera»; esa es nuestra porción de la vida. Soy cristiano, pero confieso que no puedo cantar ese himno con sinceridad.

A diferencia de ese discurso falso y triunfalista, la Biblia nos habla con la verdad cruda. ¿Gozo? No; aflicción es lo que hay, y en gran manera. La aflicción de un corazón roto; de ver a un ser querido irse intempestivamente, sin haber dado una palabra de adiós. La aflicción de ver necesidad, dolor, enfermedades, alrededor nuestro sin poder dar siquiera una respuesta. La aflicción de saberse objeto de incomprensión o de prejuicios, de murmuración, de maldad, de intrigas. La aflicción de saber que el ser amado se aleja de nostros. La aflicción; esa es nuestra parte en la vida, «en gran manera».

Es bueno reconocer esto. Es bueno reconocer que muchas veces no estamos bien. No precisamente para recibir compasión o empatía (esa palabra tan prostituida) de otras personas; sino para ser sinceros, ir con la verdad, y mostrar a otros que el cristianismo no es una droga, una píldora, un sedante emocional que nos atonta y nos calma el dolor sin atacar la causa. El cristianismo es gozo y paz, sin dudas; pero para llegar allí tenemos que pasar por el valle de la sombra de muerte, el valle del dolor. En el mundo, dice el Señor, tendremos aflicción.

En segundo lugar, ante la aflicción que vivimos en esta vida, la respuesta del salmista es suplicar a Dios. Este ruego es claro: «vivifícame, oh Señor». Dame vida, Dios mío; dame las fuerzas para seguir. Dame ganas de vivir y seguir adelante, porque sin eso no voy a durar un solo segundo. Dios, mediante su Espíritu Santo, es el Dador de Vida (Juan 6:63); Él es quien da vida a los muertos, y llama a las cosas que no son, como si fuesen (Romanos 4:17). La aflicción, esa muerte en vida, tiene un solo remedio y es Aquel que nos da vida, aquel que es vida para nosotros.

Entonces cabe preguntarnos: ¿cómo respondemos ante esta dura aflicción? Buscamos un calmante, o buscamos a la Vida misma, el Señor todopoderoso, la única respuesta posible? ¿Cómo está nuestra vida interior, nuestra relación personal? ¿Estamos dispuestos a buscarle y a pedirle que nos dé esa vida que necesitamos? Pero sobre todo, ¿estamos en condiciones de tener esa vida? Examinémonos; como dice la Palabra, «revisemos nuestras sendas y volvamos al Señor» (Lamentaciones 3:40 BLPH).

Finalmente, el salmista pide al Señor que le dé vida «conforme a su palabra». Puede parecer poco importante, pero aquí se encierra una lección profunda.. Una vez más estamos frente a la Palabra. En el principio era la Palabra; y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Juan 1:1). Dios no es una fuerza bruta impersonal que administra castigos y consecuencias con la impersonalidad del karma oriental, o el relojero que dio cuerda a la creación, dándole leyes, y se desentendió de ella.

No, amigos queridos. Dios no es así. Dios es una persona que está activa y presente en el universo y en nuestra existencia. Pero sobre todo, Dios es alguien que ha hablado (Hebreos 1:1). Dios no se quedó callado. El tiene un mensaje, algo que comunicar a la humanidad. Esa Palabra es vivificante; esa palabra da vida y esperanza. Ese mensaje supremo de Dios es un mensaje de consuelo, una buena noticia de esperanza y paz. Es el mismo Dios dándose a conocer, porque la Palabra es Dios (Juan 1:1).

Esa Palabra, que vivifica, que anima, que llama a las cosas que no son, como si fuesen, determinó un momento histórico en el tiempo y en el espacio en donde se hizo carne, ser humano, y habitó entre nosotros (Juan 1:14). Dios nos vivifica por su palabra; y especialmente por Jesucristo, nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre, Palabra encarnada de Dios.

En conclusión, la enseñanza de este versículo del Salmo es inagotable en su riqueza. Nos deja varias lecciones:

  1. Debemos superar la idea de que en el cristianismo todo es alegría, todo es bello y lindo. El cristianismo no es un cuentito de hadas. Se nos promete un final feliz; pero mientras tanto, la aflicción es dura, es cruel, y es algo por lo cual vamos a tener que pasar en algún momento.
  2. Ante la aflicción, busquemos a Dios en oración, y pidámosle a Él que nos dé vida.
  3. Esta vida se da solamente mediante la Palabra. ¿Estudiamos la Palabra? ¿Buscamos conocerla, incorporarla a nuestras vidas, vivirla como una enseñanza real?
  4. Especialmente, necesitamos esta relación real con la Palabra encarnada de Dios, Jesucristo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (1 Juan 5:12).

Solo en Jesús, Señor nuestro, podremos superar definitivamente la aflicción. «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Que Dios Padre, mediante Jesucristo su Hijo, Palabra encarnada, y la poderosa acción del Espíritu Santo, nos dé vida, consuele nuestra aflicción y la transforme en vida, paz, y gozo. Amén.

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