Animar y edificar

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Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán.

Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo.

Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él. Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.

1 Tesalonicenses 5:1-11

San Pablo nos recuerda en su carta a los Tesalonicenses que los acontecimientos del fin se darán de manera «repentina» e inevitable, de manera que nadie podrá escapar a ellos. En otras palabras, estamos hablando de algo inminente; no sabremos cuándo sucederá, pero sabemos que no hay condición o requisito alguno que impida tal suceso. El Señor puede venir hoy mismo, al segundo siguiente, o dentro de mil años (2 Pedro 3:8–10). Es igual.

Entonces cabe la pregunta: ¿estamos preparados? San Pablo nos dice que somos hijos de la luz; no pertenecemos a las tinieblas y en consecuencia, la actitud correcta ante la venida del Señor puede considerarse bajo dos aspectos:

  1. «Velemos». Es decir, «no durmamos como los demás». No nos dejemos engañar. No nos dejemos llevar por cantos de sirena, por «doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Efesios 4:14). Al contrario, hay que vigilar firmes, constantes, en la verdad, listos para la batalla; con fe, amor, y la esperanza de salvación como protecciones firmes y seguras.
  2. «Seamos sobrios». Esta es una de tantas exhortaciones que encontramos en la Biblia a la sobriedad; la virtud que busca moderación por sobre todas las cosas. Evitemos los extremos; evitemos los excesos. «No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso; ¿por qué habrás de destruirte?» (Eclesiastés 7:16). Antes que excesos, busquemos orden, paz, tranquilidad y misericordia. Lamentablemente, la sobriedad no vende. Un culto sobrio es un culto «frío». Una oración sobria es una oración «falta de unción». Un himno sobrio es «aburrido».

Preguntémonos: ¿qué buscamos al servir al Señor: una descarga emocional, o servir al Rey de Reyes como Él quiere ser servido, con diligencia y sobriedad? ¿Qué buscamos en la vida cristiana, en el culto, en la vida de oración: una droga emocional o someter nuestras almas a Cristo? Si queremos responder correctamente, recordemos la exhortación apostólica: «seamos sobrios».

Finalmente el Apóstol nos recuerda nuestro destino final: estar con Jesucristo. Y mientras le esperamos, nos recuerda nuestra tarea como miembros de la iglesia:

a) «Animaos unos a otros». Vivimos en un mundo lleno de dificultades y sinsabores. Borges decía del ser humano, que «en cada esquina lo anda acechando el mal rato». Esta situación se refleja en la Iglesia; hay demasiados hermanos y hermanas que llevan cansados el peso de una angustia personal casi insoportable. No sabemos cuáles son las tragedias y fracasos de nuestro hermano; pero sí podemos darle ánimo. No cuesta mucho preguntar cómo está, cómo se siente, cuáles son sus motivos de oración; y tampoco cuesta darle una palabra de elogio sincero, una palabra de ánimo, de paz y de consuelo. No cuesta mucho orar por él o ella, y por sus intenciones. Pongámonos como meta hacerlo siempre que podamos.

b) «Edificaos unos a otros». No solamente necesitamos ser sostenidos, sino que necesitamos crecer. Crecer en la oración, crecer en la comunión unos con otros, crecer en la lectura de la Palabra, crecer en el amor de Dios, en la semejanza de nuestro Señor Jesucristo. Ayudemos a nuestro hermano a crecer; ayudémonos unos a otros a orar, a estudiar la Palabra, a adorar juntos en el culto, a dar gloria a Dios en cada aspecto de nuestra vida.

Animar y edificar; sostener y crecer. Cristo ya viene; pero mientras llega, animando y edificando ya construimos su Reino en la Tierra, y anunciamos su Evangelio al mundo que lo rechaza. Vigilemos y seamos sobrios, para así cumplir fielmente su voluntad.

Señor Dios, Padre Todopoderoso, que mediante tu Espíritu nos has congregado en la Iglesia de tu Hijo Jescuristo: danos la sobriedad necesaria para estar vigilantes en pos del regreso del Señor, animándonos y edificándonos mutuamente para gloria tuya y proclamación de tu Evangelio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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