Día de la Reforma y un soborno que cambió al mundo

Hoy, por fin, puedo escribir un poco más sobre la conmemoración del martes pasado: el Día de la Reforma. Quiero hacerlo comentando un aspecto no tan bien conocido de este histórico acontecimiento. También quiero rescatar que este aspecto particular de la Reforma benefició a todas las partes; inclusive al mismo catolicismo. Veamos…

Se conmemora que hace 506 años, según la tradición, Martín Lutero, fraile agustino, clavó en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg, ciudad de cuya universidad era miembro de la facultad de teología, unas tesis de debate sobre las indulgencias.

Lo que motivó a Lutero a escribir estas tesis de debate fue la práctica de la venta de indulgencias que el arzobispo de Maguncia, el pŕincipe Alberto de Brandenburgo, había implementado. La razón explícita era contribuir a la construcción del entonces nuevo edificio de la Basílica de San Pedro, en Roma. Pero la razón oculta era amortizar un préstamo que Alberto adeudaba a la banca Fugger. Alberto ya era arzobispo, y quería otro arzobispado más. Estaba prohibido, así que una dispensa del papa era necesaria, y el pedido de dispensa debía ser «convincente». El «convencimiento» eran unos cuantos millones de ducados florentinos de oro, equivalentes a varios millones de dólares de la actualidad. Para poder pagar el préstamo, Alberto implementó la venta de indulgencias, cuya recaudación iba, el 50% a Roma para la Basílica, y la otra mitad a los Fugger directamente como amortización del préstamo.

Que las indulgencias, algo que tiene que ver con la salvación eterna, fuese objeto de comercio, compra y venta, fue algo que escandalizó profundamente a Lutero y lo llevó a concluir que la misma institución de las indulgencias no tenía razón de ser en la revelación cristiana, y lo expresó en las tesis de debate que desencadenaron la Reforma.

Detrás de todo eso está algo que hoy nos parece inconcebible: la simonía: el intercambio de bienes espirituales por dinero. En la vieja Europa medieval, la Iglesia no solamente era un poder espiritual, sino además era un poder político. Estar al frente de alguna parroquia, capellanía, o diócesis era garantía de tener un ingreso asegurado; era como acceder a un cargo en alguna binacional de por vida, bien pagado. Y por tanto esos cargos se vendían al mejor postor, y los ocupaba quien podía pagarlos. La simonía, y los enormes sobornos que se pagaban como parte de ella, fue uno de los grandes factores que estuvo detrás de la Reforma.

Y esto lo quiero rescatar en este país, que se autopercibe como uno de los más corruptos del mundo. La corrupción puede ser tolerada por un tiempo, pero si no se enfrenta puede generar un estallido o un movimiento tan decidido al cambio como lo fue la Reforma protestante.

Si hay un aporte que puedo señalar de la Reforma a nuestra cultura, es este: señalar el carácter extremadamente tóxico de la corrupción institucional.

Hoy suena muy rara y extraña la simonía, y eso es producto de la Reforma Protestante. Siempre hubo críticas a esta práctica, y la Reforma motivó al Concilio de Trento a disponer la plena supresión de la práctica en la iglesia católica romana, algo que se hizo realidad con los años. Así que, este aporte de la Reforma benefició inclusive a nuestros queridos amigos católicos.

Recordemos hoy el inmenso perjuicio que implica la corrupción y así como Lutero, dispongámonos a combatirla tanto en sus causas como en sus efectos.

«Maldito el que recibiere soborno para quitar la vida al inocente» (Deuteronomio 27:25)

Las personas íntegras también cambian

Manos con rosario / Hands with rosary
Esto también merece respeto

En nuestro ambiente evangélico ha causado bastante impacto la decisión de un conocido influencer, conocido por su trabajo en apologética, de hacerse miembro de la Iglesia Católica Romana. Suena rarísimo, ¿verdad? Y el paso ha causado consternación en nuestras carpas, mientras ha sido recibido con gozo en ambientes católico romanos, especialmente en su vertiente más crudamente ultramontana y militante. Hasta me imagino un segmento latino del conocido programa «Camino a casa» de la emisora católica EWTN con este apologeta como invitado principal.

Ya mucho se escribió y se dijo sobre esta conversión al catolicismo. Dentro del segmento evangélico —que es el que me compete— esto por poco no representa un pase al Lado Oscuro como el de la trágica figura de Anakin Skywalker. Vi algunas respuestas de poca calidad, pero también buenos análisis. Particularmente bueno fue un panel realizado el pasado lunes. Organiado por Hebert Alum, pastor de una iglesia local, tuvo la participación de tres grandes amigos como panelistas. Las contribuciones de dicho panel fueron de gran calidad. Ya que el tema ha causado consternación, era necesario hablar así para dar tranquilidad a la iglesia local, y animar a la prudencia.

Este servidor no hablará sobre este punto, ya que no tengo tiempo, primero; y segundo, otros lo hicieron y muy bien. Pero quiero hablar a mi pueblo, el evangélico, sobre algo que vi en la reacción a la noticia, y que se debe corregir.

Muchas veces veremos gente cercana, querida o conocida tomar decisiones y anunciar cambios importantes, y que no son de nuestro agrado. Hoy fue este apologista; mañana será otra persona, con un anuncio diferente pero también molesto. El problema está en que, en el afán de entender una decisión de este tipo, algunas respuestas tratan de atribuir todo a la falta de integridad en la persona que cambia. Veamos:

  • Se cuestiona la integridad doctrinal. Evidentemente, este cambio se debió a que el converso era un ignorante. Si hubiese sabido / aprendido más, esto no habría pasado. Lo opuesto también abunda en filas católicas, en donde a veces se oye el refrán «católico ignorante, futuro protestante».
  • Se cuestiona la integridad espiritual. Si esta persona se cambió a la otra carpa, es porque nunca realmente fue un creyente; nunca fue cristiano, nunca fue evangelizado. Es un inconverso como lo demuestra su paso a la otra carpa.
  • Se cuestiona la integridad personal. No he visto mucho de eso en esta ocasión, pero es otro argumento común en casos similares. Se va a la otra carpa porque no puede vivir con la santidad suficiente, o porque en el otro lado se siente mejor (le «llena»), o porque hubo algún gancho poco honesto (pareja, dinero, similares).

Sobre esto sí quiero hablar. Estas respuestas tienen todas algo en común: no van al centro, a la raíz de la cuestión: ¿por qué alguien decidió optar por algo que nos parece tan incorrecto, tan errado..? Cuestionar la integridad del otro es un recurso’i (recurso de poca monta); es un pretexto barato que tiene el poder de blindar nuestra cosmovisión, y de cuestionar al otro sin tener que cuestionarnos a nosotros mismos. Pero esto no es lo que San Pablo dice: «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Corintios 10:12).

Primero, veamos la integridad doctrinal. Hay quienes cambian de religión / denominación con pleno y acabado conocimiento de la doctrina evangélica. No se cambian por ignorantes; sencillamente, han considerado las pretensiones del otro lado, y han considerado tales pretensiones como válidas en el contexto. Antes que reforzar la doctrina propia, se debería dialogar críticamente con la doctrina rival; y aquí no me refiero a los cucos o errores que parecen evidentes, sino a planteos y pretensiones que son básicos. ¿Por qué no hay una sola iglesia de Cristo? ¿Por qué hay tanta división entre protestantes? y cosas así.

Ahora veamos la integridad espiritual Esta explicación no explica nada. Sin duda que alguien que nunca ha sido salvo puede encontrar un hogar espiritual en la carpa que consideramos falsa y errónea. En aras del debate, supongamos que sí, que la carpa contraria es falsa y herética. Pero entonces, ¿por qué un verdadero creyente en Cristo, salvo por la sola fe, no podría adoptar tales creencias? Hemos sido librados de la ira venidera, pero todavía estamos expuestos a las «artimañas del error» y a «todo viento de doctrina» (Efesios 4:14). Hermanos queridos, no somos infalibles. No estamos exentos de errar, aun en lo doctrinal y eclesiológico. Es perfectamente posible que un verdadero creyente se pase a una carpa equivocada, así como es perfectamente posible que cometamos errores en cualquier área de la vida. En otras palabras: pasarse a la otra carpa no es señal de no ser salvo. En esencia, es una cuestión absolutamente impertinente.

Finalmente, veamos la integridad personal. Esto resulta particularmente doloroso, porque es el mecanismo de respuesta más común cuando el pase de carpa ocurre en el sentido opuesto; es decir, del catolicismo al protestantismo: el protestantismo con la sola fides te da licencia para pecar; o porque te dan dinero o trabajo; o porque un culto evangélico «te llena». Pero nuevamente, ¿acaso es imposible que una persona con una alta ética cristiana se pase a la carpa opuesta? ¿Acaso tampoco se han dado casos de gente que por cambiar de carpa lo perdió casi todo? Y sobre eso de «llenar» a uno, me causa gracia porque es una de las cosas que sé que alguien dijo cuando me convertí al protestantismo. Sí, claro, de pasar a cantar gregoriano a ir en un lugar en donde se vociferaban jingles de Marcos Witt a decibelios de sordera, me llenaba… Y en este caso también podría ser posible. Nuestro apologista no fue a Roma a subir de rodillas la Scala Santa porque «le llenaba». Es incluso posible que esta persona quizá sienta una profunda insatisfacción con el modo particular en que el catolicismo desarrolla su liturgia y doctrina; en tal caso, la razón va por otro lado, pero existe. Ese es el punto.

Queridos hermanos: no seamos ingenuos. En la mayoría de los casos, un cambio de carpa no denota una falta de integridad; ni doctrinal, ni espiritual, ni personal. Las decisiones del prójimo se respetan, y un cambio de religión o iglesia, hecho en buena conciencia, no puede ser despreciado. No es correcto minimizar esto achacando una falta de integridad al convertido. Salvo causas evidentes, debemos presumir la integridad del otro. Las personas íntegras también cambian.

«Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Lucas 6:31). Al anunciar nuestra conversión a Cristo, no nos habría gustado que alguno lo explique cuestionando nuestra integridad. Apliquemos la Regla de Oro, y respetemos la decisión del prójimo.

Impresiones sobre el Coloquio sobre la Predestinación

El Espacio Teológico sobre Predestinación, desarrollado el pasado viernes en el Seminario Presbiteriano del Paraguay, transcurrió muy bien. Como participantes estuvimos, primeramente dos recientes egresados del Seminario —los licenciados Maciel Palacios y William Busto— junto con este servidor.

Primeramente, Maciel expuso sobre Romanos 9-11 y por qué es correcto aplicar dicha porción de la Epístola con un sentido soteriológico.

Maciel expone sobre Romanos 9-11

Luego le tocó el turno a William, quien habló sobre la historia de la doctrina, empezando desde Justino Mártir, para luego mencionar las contribuciones de San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Juan Calvino.

William en su disertación sobre la historia de la doctrina

Finalmente, me llegó la oportunidad, y me tocó hablar sobre el dogma en sí. Transcurrió bastante bien. Consulté varias fuentes (Horton, Bavinck, Letham, entre otras), pero nada fue comparable a Berkhof por la claridad de su exposición y la enorme capacidad didáctica. Berkhof tiene el corazón de un maestro, y se nota. Mientras que Maciel y William eligieron hablar desde el púlpito, el escenario estuvo preparado como un coloquio; por tanto, opté por hablar desde mi asiento, como es de esperarse en tales ocasiones.

Hablé desde mi asiento

El coloquio tuveo una buena asistencia, y fue seguido con interés tanto por los alumnos como por el público en general. Algunos hicieron preguntas, todas ellas muy interesantes.

Entre los asistentes estuvieron alumnos y docentes del Seminario, colegas profesores de otros seminarios, y público en general.

Finalmente, algunas imágenes más de mi participación.

(Todas las fotografías son por cortesía de Henry Díaz. Le agradezco su amable autorización para emplearlas).

Me dicen que hay grabaciones en audio y video del coloquio. Voy a tratar de obtener estas grabaciones para compartirlas con ustedes.

En fin, fue una velada bendecida. Soli Deo Gloria!

Mi reseña sobre el Keychron K4 V2

El año pasado estaba buscando un teclado mecánico inalámbrico. El fruto de mi búsqueda fue el Keychron K4 V2. Luego de mucho tiempo de estar usándolo, escribí una reseña (en inglés) que se publicó en el sitio OfB.biz (¡Gracias Tim!).

Pueden leer la reseña en este enlace. Para traducirlo al español recomiendo usar los traductores de Google o Bing (en mi experiencia, el de Bing es mejor). Espero les sea útil.

Herman Bavinck: Algunas reflexiones sobre la expiación limitada

Herman Bavinck (1854-1921). Tomado de la carátula del tercer volumen de su Dogmática.

Algunos me preguntaron si la doctrina calvinista de la expiación limitada es mero fruto de la especulación. Podría haber articulado algún tipo de respuesta, pero preferí ir a la fuente y citar a uno de los más distinguidos teólogos, Herman Bavinck (1854-1921). En el tomo 3 de su dogmática, en el cual trata acerca de la obra de Cristo, considera la abundante evidencia bíblica para la expiación limitada, y explica los textos en donde se habla de una expiación presuntamente universal. Luego de su examen bíblico, pasa a considerar las implicaciones de la doctrina. De esta sección paso a transcribir el siguiente texto. Creo que estará claro que aquí estamos frente a una sólida y sobria reflexión teológica, lejos de cualquier especulación abstracta. Bavinck exhibe aquí las implicaciones claras de lo que la Biblia dice.


Si Jesús es realmente el Salvador, también realmente debe salvar a su pueblo; no en potencia, sino realmente y de hecho, de manera eterna y completa. Y esto, de hecho constityue el núcleo central de la diferencia entre los proponentes y los oponentes de la satisfacción (expiación) particular. Esta diferencia se define de manera incorrecta, o al menos está muy lejos de ser completa, cuando uno la formula exclusivamente sobre la cuestión de si Cristo murió y dio satisfacción por todos los seres humanos o sólo por los electos. Tampoco es éste el modo en que la diferencia se considera y se decide en el capítulo segundo de los Cánones de Dort. La verdadera cuestión concierne al valor y poder del sacrificio de Cristo, la naturaleza de la obra de salvación. Salvar —dijeron los reformados— es salvar de verdad, completamente, por toda la eternidad. Esto fluye naturalmente del amor del Padre y la gracia del Hijo. Aquellos a quienes Dios ama por quienes Cristo dio satisfacción sin falta son salvos. Tenemos que hacer una elección: O bien Dios amó a todas las personas y Cristo dio satisfacción por todos —y entonces todos, sin falta, serán salvos— o la Escritura y la experiencia dan testmonio de que este no es el caso. En tal caso, entonces, ninguno puede, y no podríamos decir que Dios amó a todas las personas, al menos no con aquel amor especial con el cual él conduce a los elegidos a la salvación, ni que Cristo murió y dio satisfacción por todos, aun cuando su muerte indirectamente produce algún beneficio para todos. Y así llegaron a la confesión: «Porque este fue el consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios Padre: que la virtud vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se extendiese a todos los predestinados para, únicamente a ellos, dotarlos de la fe justificante, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación; es decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que Él corroboró el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus, linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la eternidad fueron escogidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre» (Cánones de Dordt, II:viii).

Ellos, por tanto, adoptaron una postura vigorosa contra los universalistas, no solamente en primer lugar porque estos últimos hicieron la expiación aplicable a todos; sino, principalmente porque, al hablar como lo han hecho, empezaron a desarrollar un punto de vista muy diferente de la obra de salvación y no han hecho plena justicia al nombre de Jesús. En lógica está la regla: «cuanto mayor es la extensión, menor es la aprehensión» (quo maior extensio, mino comprehensio; «quien mucho abarca, poco aprieta»), y esta regla, que se aplica en numerosas áreas, también se aplica aquí. Con la supuesta intención de honrar la obra de Cristo, los proponentes de la expiación universal empezaron a debilitarla, disminuirla y limitarla. Porque si Cristo dio satisfacción por todos, entonces la adquisición de la salvación no implica necesariamente su aplicación a menos que uno adopte la idea de Orígenes de que un día todos los humanos realmente serán salvos. Pero esto no es lo que han afirmado los proponentes de la expiación universal. Así como lo han hecho los reformados, han dado por sentado de que mucha gente, tanto dentro como fuera del círculo en el cual el evangelio ha sido y está siendo proclamado, estaban perdidas. De ahí que la aplicación de la salvación estuviese desligada de su adquisición; fue una adición accidental y no una implicación natural y lógica. Dios, por tanto, ha ordenado a su Hijo morir en la cruz sin un plan definido de salvar sin falta a alguno. Cristo, por su muerte, no aseguró la salvación de nadie con certeza. En el análisis final, la aplicación de la salvación dependía totalmente del libre albedrío de las personas. Este albedrío debe potenciar la obra de Cristo, hacerla fructífera, y permitir que se volviese realidad. En otras palabras lo único que le queda a Cristo por lograr no es la realidad, sino la posibilidad de la salvación; no una reconciliación real sino una reconciliabilidad en potencia, «el estado salvable». Cristo solamente aseguró para Dios la posibilidad de celebrar un pacto de gracia con nosotros; esto es, de otorgarnos el perdón de los pecados y vida eterna, si creemos. La parte más significativa de la obra de salvación, aquello que realmente efectúa la salvación, todavía queda por ser efectuada por nosotros. Cristo no estableció el pacto de gracia en sí por su sangre; él no ha perdonado en realidad los pecados de su pueblo, sino solamente ha dado a conocer que no hay objeción de parte de Dios en celebrar un pacto con nostros y perdonarnos nuestros pecados si y después de que nosotros, por nuestra parte, creamos. Por tanto, en realidad Cristo no aseguró nada para nosotros; solo aseguró para Dios la posibilidad de perdonarnos cuando cumplamos con las exigencias del evangelio.

Los universalistas, por tando, tienden a disminuir el valor y el poder de la obra de Cristo. Lo que ganan en cantidad —y esto sólo en apariencia— lo pierden en calidad […] Todos quienes enseñan una expiación universal deben llegar a las mismas conclusiones. El centro de gravedad se ha desplazado, ha salido de Cristo para ubicarse en el cristiano. La fe es la verdadera reconciliación con Dios.

Los reformados, sin embargo, han tenido un parecer diferente. La «expiación vicaria» no es una «cantidad ya determinada» sino un principio operativo y que incluye de manera fundamental toda la tarea de re-creación. La obra de Cristo quedará completa solamente cuando entregue el reino al Padre (1 Corintios 15:24), En vez de dejar abierta la posibilidad de ser salvo, él sava eternamente a los pecadores sobre la base del sacrificio completado en la cruz. Él es el Salvador porque no solamente ha muerto por nuestros pecados sino que además resucitó de entre los muertos, ascendió a los cielos y ahora, como el Señor exaltado, intercede por su iglesia. Se consagró a si mismo para que los suyos también puedan ser santificados en la verdad (Juan 17:19). Se dio a sí mismo por la iglesia para que pueda santificarla y presentársela a sí mismo con esplendor (Efesios 5:25-27). Cristo y su iglesia son de un solo origen, el cual es Dios (Hebreos 2:11), y son, como lo eran, un solo Cristo (1 Corintios 12:12). Dios da a los creyentes todo lo que necesitan, en y con Cristo (Romanos 8:32s, Efesios 1:3-4, 2 Pedro 1:3). La elección en Cristo trae todas las bendiciones con ella: adopción como hijos, redención por su sangre (Efesios 1:3ss), el don del Espíritu Santo (1 Corintios 12:3, fe (Filipenses 1:29), arrepentimiento (Hechos 5:31, 11:18; 2 Timoteo 2:25), un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Jeremías 31:33-34, Ezequiel 36:25-27; Hebreos 8:8-12; 10:16).

Fuente: Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, §406 (vol. 3).

Feliz Navidad y un próspero 2022

¡Feliz Navidad! Espero que hayan pasado un excelente día de Navidad con la familia y seres queridos. En cuanto a nosotros, pasamos Nochebuena en una agradable cena en casa de unos primos — los Montero, Graciela y Carlos, y sus hijas Belén y Verónica — junto con mamá y mi hermana Cristina. En resumen, fue una noche sumamente agradable, con anécdotas y alegría… y deliciosa comida. Inclusive este servidor probó un sorbo de un excelente Ruttini tinto, Cabernet Sauvignon / Malbec a la medianoche.

Picture of 2021 christmas celebration.
Nuestra cena de la Navidad 2021. Fotografía de Cristina, mi hermana.

Los Montero son gente muy creativa, y su pesebre navideño es realmente digno de asombro, con un nivel de detalle e inventiva dignos de ser divulgados. Era un pesebre grande y variado. La escena de la natividad en sí mostraba al pesebre con María y José, y el niño Jesús acunado en una cuna improvisada en una hamaca, al estilo de las familias rurales del Paraguay.

Este año que termina ciertamente ha sido desafiante (nada raro; no hay nada nuevo bajo el sol). Tuve muchas luchas en mi rol de docente. La pandemia y el uso de plataformas digitales ciertamente han posibilitado el aprendizaje a distancia, pero las exigencias puestas sobre los hombros de los docentes son mucho mayores, para resultados cada vez menores.

The Monteros manger scene
Pesebre navideño en la casa de los Montero. Nótese el increíble nivel de detalle. Fotografía de mi hermana, Cristina.

A ello agreguemos una vida profesional realmente frenética (principalmente en el área de las traducciones, pero también en el trabajo jurídico) en medio de un bajón económico, y tenemos una receta para el estrés y la ansiedad. Pero el Señor ha sido fiel. Él ha sido nuestro refugio de generación en generación (Salmos 90:1).

Que el Señor Dios muestre su favor hacia todos nosotros, y que Él, en su misericordia, pueda confirmar la obra de nuestras manos en este año entrante, por Jesucristo nuestro Señor. Amén. ¡Que tengan un excelente 2022!

El calvinismo y el evangelio de la prosperidad

✍ La ética protestante y el espíritu del capitalismo [1904-1905] | Teoría  de la historia
Este libro debería ser lectura obligada para todo estudioso de la historia de la Iglesia en la modernidad.

El evangelio de la prosperidad es uno de los cánceres agresivos que aquejan a la iglesia de hoy. Inspirado en el New Thought del curandero Phineas Quimby, mediado por E.W. Kenyon y luego popularizado por el predicador neopentecostal Kenneth Hagin y sus discípulos, es una mezcla de misticismo oriental con trascendentalismo norteamericano, que enseña, entre otros distintivos, lo siguiente:

  1. La prosperidad financiera es un imperativo del cristiano.
  2. El bienestar financiero de una persona es función de su relación con Dios y su nivel de «fe».
  3. La pobreza o carencia de medios es señal de una mala vida espiritual o falta de fe.
  4. El cristiano puede acceder a nuevos niveles de espiritualidad y prosperidad mediante visualización, palabras de fe («decreto que…», «declaro que…»).

Demás está decir que esta enseñanza tiene muy poco de cristiana y ha sido justamente señalada como herética. Hoy no vamos a volver sobre estos puntos, ya que han sido tratados suficientemente en otras partes (aquí, por ejemplo).

Pero ahora está de moda acusar al calvinismo de ser promotor del evangelio de la prosperidad. Estos detractores usan las tesis del sociólogo Max Weber (1864-1920) en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905). Según Weber, el protestantismo en general, y el calvinismo en particular, fomentaron la acumulación de riqueza en el norte de Europa, lo cual fue determinante para el inicio del capitalismo.

Dicen estos detractores que Weber señalaba que una de las ideas que prendió en las comunidades calvinistas era la necesidad de cada persona de demostrar su carácter de «electo» o «predestinado» mediante la ganancia de riquezas. Cuanto más riqueza se gana, más seguro se está de ser «electo». Por tanto, siguen diciendo nuestros detractores, que esta idea del protestantismo-calvinismo tradicional es comparable a los puntos 2-3 del actual evangelio herético de la prosperidad. Tanto el creyente en el evangelio de la prosperidad como el calvinista del siglo XVIII en los Países Bajos, Inglaterra, Escocia o Alemania debían señalar su buen relacionamiento con Dios mediante la obtención de ganancias. La conclusión es, entonces, que el calvinismo es algo tan nocivo como el evangelio de la prosperidad, y que la crítica al evangelio de la prosperidad hecha desde el calvinismo es ingenua e hipócrita. Al ser así de nocivo o hipócrita, el calvinismo debe ser desechado como falso o herético. ¿Es así? Bueno, veamos…

Primeramente deseo aclarar que aunque me confieso adherente del calvinismo, respeto mucho a quienes no lo profesan o, inclusive, a quienes lo han abandonado después de haberlo profesado anteriormente. Nadie tiene la obligación de creer lo mismo y mucho menos de perseverar en una opinión determinada si considera, después de una buena reflexión, que la misma no es correcta. Así que no tengo problemas con quienes se definen como arminianos, no calvinistas, o cualquier otra postura diferente… mientras no caigamos en la herejía.

Habiendo dicho esto, deseo indicar que esta supuesta semejanza entre el calvinismo y el evangelio de la prosperidad es incorrecta y me temo que ha sido formulada de manera o bien ignorante o deshonesta. Lo segundo no sería aceptable, pero estamos en la era de Internet en donde la verdad y la honestidad son las primeras bajas en varias polémicas.

Se debe reconocer que Max Weber tenía razón; y de hecho su trabajo es una obra pionera de la sociología, y referencia obligada para cualquier historiador de la Iglesia de la modernidad. Considero incuestionablemente cierto que la población protestante del norte de Europa se volcó a la tarea de obtención incesante de riqueza económica con un motivo que, más allá de la necesidad del lucro o del sustento, fue señalar su situación espiritual. Y como señala Weber, se usó la obtención de riquezas como indicador de la situación espritual. «Dios me bendice, esto indica que estoy dentro del número de los elegidos y no de los réprobos» fue una noción poderosa que impulsó a sociedades enteras al trabajo y la producción. Esto implicaría una identidad aparente con los postulados 2-3 del evangelio de la prosperidad que he señalado más arriba.

Sin embargo, una lectura más detallada de Weber (y de hecho un conocimiento de la sociedad protestante de la época) nos indica que tal identidad es dudosa o bien inexistente.

El calvinismo no fue la única fuerza impulsora

Primeramente, se debe entender que si bien el calvinismo fue una fuerza impulsora importante de esta noción, no fue la única. También estuvo plenamente vigente en varias comunidades no calvinistas e inclusive arminianas, como los luteranos, los metodistas wesleyanos, y aun en el anabautismo mennonita. De hecho, hay citas significativas de Wesley en el escrito de Weber y nombra a éste y al metodismo como uno de los fundamentos significativos del ascetismo laico generador de la ética protestante. ¿Cómo podría achacarse al calvinismo algo en cuya génesis el metodismo wesleyano arminiano tuvo un papel tan importante?

La praxis del dogma tiene consecuencias sociológicas condicionadas

En segundo lugar, se debe entender un hecho fundamental de la sociología de la religión y especialmente de su análisis del protestantismo: la praxis del dogma tiene consecuencias sociológicas. En el caso del calvinismo de la modernidad –compartido con otras corrientes prevalecientes en el norte de Europa– el dogma calvinista, especialmente el resumido en los Cánones de Dordt (1619-1620) por supuesto que fue determinante para configurar el impulso a la acumulación de riqueza como señal de elección del creyente. Es cierto y lo admitimos.

Ahora bien, que esta circunstancia sea cierta no implica que tal consecuencia sea inevitable, que se deba dar siempre, y que sea una consecuencia necesaria. Es un producto del dogma, sin duda; pero no solamente del mismo, sino además de un conjunto específico de circunstancias históricas, políticas y sociales propias de un tiempo determinado que ya está en el pasado. Hoy día, este dogma calvinista dudo mucho que pudiera producir las mismas consecuencias.

Es necesario que entendamos esta realidad: cada dogma tiene consecuencias en la doctrina y la vida cristiana; y también en el entorno más amplio configurado por la cultura, la civilización, y el ordenamiento social. No siempre estas consecuencias son deseables. En el pasado, el calvinismo pudo generar un énfasis quizá excesivo en la acumulación de riqueza para demostrar elección. Hoy día podríamos decir lo mismo pero de un impulso malsano que si no se controla, puede degenerar en libertinaje o legalismo, hipocresía, murmuración y congregaciones altamente tóxicas. El arminianismo tiene el peligro de degenerar en un semipelagianismo práctico o una inseguridad de salvación extrema, y cada arminiano lo sabe. Pero esto no quiere decir que acusemos a los arminianos de pelagianos o semipelagianos. Tampoco nadie necesariamente acusa al calvinismo de generar necesariamente congregaciones tóxicas, o miembros libertinos. Conocer estas consecuencias indeseadas nos conserva humildes, e impulsa a nuestros pastores y ancianos a estar siempre atentos a su grey cuyo cuidado el Señor le ha encomendado para no caer en estos excesos. Entonces, tampoco podemos sostener que el calvinismo indefectiblemente degenera en una versión amargada del evangelio de la prosperidad, como estos detractores pareciera que quieren dar a entender.

De manera similar, no se ve en las dogmáticas reformadas ortodoxas de la época una enseñanza clara en este sentido, de manera contraria a cómo los actuales predicadores del evangelio de la prosperidad proclaman su herejía. Por tanto, se debe entender que el énfasis en la acumulación de riquezas no tiene un respaldo dogmático explícito sino, en el mejor de los casos, implícito; y la base de su impulso es más sociológica que dogmática. Por tanto es difícil, nuevamente, achacar al calvinismo algo que nunca enfatizó explícitamente en su dogmática.

Más que semejanzas, hay diferencias

En tercer lugar, se debe entender que aun concediendo semejanzas, hay enormes diferencias. Más allá de las diferencias de doctrina general, que son enormes y fácilmente discernibles, entre el neopentecostalismo de la prosperidad y la fe reformada, hay diferencias profundas entre los impulsos de prosperidad observables en ambos casos.

Especialmente sobre el punto 1 mencionado arriba, se debe distinguir claramente entre la enseñanza neopentecostal y la enseñanza calvinista. El neopentecostalismo de la prosperidad enseña: «si no tienes dinero no eres buen cristiano». El calvinismo (y el protestantismo noreuropeo en general, inclusive el metodismo wesleyano arminiano y el anabautismo mennonita) nunca han afirmado tal cosa. ¡Nunca! Pero sí han dicho que las riquezas no son intrínsecamente malas. En reacción a la glorificación de la pobreza proveniente de la falsa distinción entre preceptos/consejos evangélicos del catolicismo romano tradicional, han indicado que las riquezas, bien empleadas para la gloria de Dios, son buenas, y que si bien ser acaudalado y ser creyente es difícil, no es imposible. Las riquezas no son nada de qué avergonzarse, si se han ganado honestamente y se emplean para el sostén de la propia casa y del ministerio divino. Quizás ahora esto no sea tan revolucionario (aunque en Paraguay todavía lo es, Eclesiastés 4:4), pero en la primera modernidad era algo inaudito. Calvino afirmaba: «el uso de los dones de Dios no es desarreglado cuando se atiene al fin para el cual Dios los creó y ordenó, ya que El los ha creado para bien, y no para nuestro daño. Por tanto nadie caminará más rectamente que quien con diligencia se atiene a este fin.» (Institución de la Religión Cristiana III:x,2).

Más aún, el evangelio de la prosperidad indica que se debe decretar, reclamar y exigir la prosperidad mediante palabras de fe que tiene un poder mágico, como si de un conjuro se tratara. El calvinismo jamás siquiera insinuaría tal cosa. ¿Es entonces el calvinismo igual al evangelio de la prosperidad…?

Ostentación frente a sobriedad

Finalmente, se debe entender que existe una enorme diferencia práctica entre el actual evangelio de la prosperidad y el énvasis calvinista/protestante en la acumulación de riquezas en la modernidad. El actual evangelio de la prosperidad es en realidad un esquema manipulador de conciencias en la línea de 2 Pedro 2:3 y por tanto, en este esquema herético la ostentación es fundamental. El devoto de esta creencia debe indicar su estatus espiritual mostrando su riqueza del modo más chabacano y obsceno posible; ropas de diseñador, automóviles caros, relojes costosos, joyas grandes, mansiones… todo lo típico del nuevo rico. En cambio, la ética protestante de la modernidad pudo alentar, sin dudas, la obtención de riquezas; pero desalentó su dispendio y ostentación. Calvino es sumamente claro en este aspecto:

Muchos se deleitan tanto con el mármol, el oro y las pinturas, que parecen trasformados en piedras, convertidos en oro, o semejantes a las imágenes pintadas. A otros de tal modo les arrebata el aroma de la cocina y la suavidad de otros perfumes, que son incapaces de percibir cualquier olor espiritual…

[A]unque la libertad de los fieles respecto a las cosas externas no debe ser limitada por reglas o preceptos, sin embargo debe regularse por el principio de que hay que regalarse lo menos posible; y, al contrario, que hay que estar muy atentos para cortar toda superfluidad, toda vana ostentación de abundancia — ¡tan lejos deben estar de la intemperancia! —, y guardarse diligentemente de convertir en impedimentos las cosas que se les han dado para que les sirvan de ayuda.

Calvino, Institución de la religión cristiana, III:x,3-4

Weber señaló correctamente (en mi opinión) que una vez producida la riqueza, pero quedando esta sin ser disipada en lujos y ostentaciones, se debió ver modos de emplearla de manera provechosa; y esto dio nacimiento al capitalismo, como una respuesta a la pregunta: «¿Cómo puedo hacer trabajar bien mi plata?». De este modo, las sociedades de los países protestantes noreuropeos pudieron financiar varias empresas de gran envergadura, tales como la exploración y comercio con los países de Asia, o la financiación de obras públicas, el mercado secundario de capitales, o el fomento y apoyo a la investigación científica; lo que finalmente se tradujo en progreso y prosperidad para todos.

En conclusión

¿Es entonces el calvinismo el padre del evangelio de la prosperidad? ¿Son acaso incoherentes los calvinistas en criticar esta herejía? Creo haber indicado claramente por qué no es el caso, y una somera lectura de Weber nos confirma en esta convicción.

Insisto en que cada persona tiene derecho a su convicción, y a desaprobar posturas que no coinciden con la misma. Pero creo que para ello es importante usar de la honestidad cristiana en la caracterización de la postura desaprobada, y que la crítica se dirja a esta postura y no a un a caricatura, un hombre de paja, un espantapájaros.

Sin embargo, esta oleada de críticas nos señala un peligro pastoral inherente a toda versión de cristianismo. Nuestros énfasis específicos tienen consecuencias sociológicas particulares. Los calvinistas estamos expuestos a caer en severas distorsiones de la fe cristiana si no somos cuidadosos; y adherentes de otras expresiones del cristianismo, también. Debemos ser cautos y humildes (1 Corintios 10:12). Por lo que al calvinismo se refiere, no olvidemos nunca, en consonancia con la primera pregunta de nuestros Catecismos, que estamos ante una doctrina que debe ser de consuelo y esperanza (Hebreos 6:18-19). Que Dios nos bendiga y les deseo una bendecida Semana de la Reforma.

Nuestras lecturas: Christian Philosophy

Christian Philosophy book cover
Portada del libro

Libro: Bartholomew, Craig G., y Goheen, Michael W., Christian Philosophy: A Systematic and Narrative Introduction. Grand Rapids: Baker Academic, 2013.
Traducción del título al español: Filosofía cristiana: una introducción sistemática y narrativa.
Formato de la recensión: electrónico.
Páginas de la edición física: 302
Enlace al libro en Amazon: Libro en Amazon

No es fácil publicar materiales cristianos con contenido filosófico. El cristianismo evangélico que vino por estas tierras tuvo un fuerte tinte norteamericano y anglosajón, y en tal calidad heredó lo peor de esa tradición: el antiintelectualismo limitante y el pragmatismo llevado al extremo del descaro. Todo ello juega en contra del interés de desarrollar un cristianismo con bases intelectuales sanas. Sin embargo, debemos reconocer los valientes esfuerzos de quijotes como Alfonso Ropero, quienes han tratado de dar una respuesta a esta necesidad.

En la actualidad inmediata el ánimo ya no es tan desalentador. Hay intentos de traducción de obras serias de filósofos tales como Alvin Plantinga, Nicholas Wolterstorff, o el querido profesor John W. Cooper. Pero aun así, en el campo de la filosofía con orientación protestante, prácticamente todo está por hacerse en el ámbito hispano.

Es en este contexto que me puse a leer con mucha curiosidad e interés este libro de Craig G. Bartholomew y Michael Goheen. Bartholomew, sudafricano de tradición anglicana, entró en contacto con el neocalvinismo en Potchefstroom. Luego pasaría a ocupar la Cátedra H. Evan Runner de Filosofía en el Redeemer University College de Canadá hasta 2017; este libro fue escrito mientras era titular de esta cátedra. Michael W. Goheen, misionólogo canadiense de tradición presbiteriana, también tuvo una distinguida trayectoria por instituciones asociadas con el calvinismo y neocalvinismo, inclusive el Calvin Theological Seminary, enseñando sobre cosmovisión cristiana. Actualmente enseña en Covenant Theological Seminary.

Bartholomew y Goheen produjeron en colaboración una trilogía significativa de libros. El primero es The Drama of Scripture: Finding Our Place in the Biblical Story (2004; segunda edición, 2014), una introducción narrativa a la Sagrada Escritura; luego vino Living at the Crossroads: An Introduction to Christian Worldview (2008), una exploración del concepto e implicaciones de una cosmovisión cristiana reformacional; y finalmente viene este libro. Como parte de la trilogía, comparte un cierto enfoque accesible, un énfasis narrativo, y un simpático intercambio en correo electrónico entre dos estudiantes universitarios, Abby y Percy. La filosofía puede ser un tema difícil, pero la particular dinámica que aportan los autores se presta a un tratamiento ágil.

El libro tiene tres partes:

  1. Un abordaje a la filosofía cristiana
  2. El relato de la filosofía occidental
  3. La filosofía cristiana, hoy

La primera parte tiene solamente dos capítulos, pero creo que aquí está una de las mejores contribuciones del libro. Sin ser una palabra definitiva sobre la cuestión, en dos capítulos trata de presentar a la filosofía como ciencia intelectual, por un lado; y por el otro, trata de justificar el valor de una filosofía como saber cristiano y como labor cristiana. El tono amigable y narrativo conspira en parte contra una justificación intelectual plena, pero al menos es un intento admirable.

La segunda parte es la más extensa. Se trata de nueve capítulos dedicados a la historia de la filosofía, contada de una forma narrativa. En cierto modo, esta es la parte más débil del libro. Se trata de aproximadamente 200 páginas que pretenden cubrir todo el itinerario del pensamiento filosófico occidental, desde los presocráticos hasta Frege, Foucault y Gadamer. Como podrá imaginarse, el logro es dudoso y se obtiene a costa de una excesiva simplificación, que al final deja a cada pensador privado de su esencia distintiva. Los tratamientos de pensadores tan importantes como Aristóteles, Kant y Spinoza son especialmente decepcionantes. El estudiante cristiano que desee informarse mejor sobre el panorama histórico de la filosofía tiene mucho mejores recursos en el clásico libro de Diogenes Allen (en segunda edición con Eric Springsted) Philosophy for Understanding Theology, en inglés; en español puede consultar la magistral obra de Wolfhart Pannenberg, Una historia de la Filosofía desde la idea de Dios, o inclusive, desde un punto de vista más general, la Historia de la Filosofía de Julián Marías.

La tercera parte traza un panorama sintético de lo que es la filosofía cristiana actual a criterio de los autores. Desgraciadamente, tenemos aquí una versión sumamente reduccionista, que pinta a brocha gorda las enormes y significativas corrientes filosóficas cristianas contemporáneas. Pero luego tenemos tres capítulos que valen la pena, dedicados a la filosofía reformada y calvinista, que es considerada como los autores como quizás la única filosofía protestante auténtica y fiel a la Sagrada Escritura.

A tal efecto, los autores dividen al pensamiento calvinista en dos escuelas: una, principalmente angloamericana, marcada por la epistemología y la filosofía analítica; y por el otro lado, una filosofía de tipo continental, gestada bajo las influencias de Husserl y el hegelianismo, representada por Dooyeweerd y Vollenhoven, conocida como filosofía reformacional.

El libro ofrece dos capítulos dedicados a la epistemología reformada de Plantinga y Wolterstorff, escritos de manera perceptiva y que invitan a la lectura de los autores mencionados. Finalmente, hay un capítulo dedicado a lo que los autores llaman «filosofía reformacional», es decir, la filosofía de la idea cosmonómica de Herman Dooyeweerd y Dirk H.T. Vollenhoven. Bartholomew confiesa ser partidario de esta escuela y junto con Goheen nos da una síntesis admirable del pensamiento reformacional. Creo que este capítulo aislado justifica el libro; no encuentro hasta ahora una mejor descripción de este movimiento filosófico, en términos comprensibles y lúcidos. Más aun, los autores se ocupan especialmente de presentar el pensamiento de Vollenhoven, quien normalmente no tiene mucha cabida inclusive en síntesis especializadas de esta escuela filosófica.

Finalmente, la conclusión reafirma las ideas presentadas e invita a hacer filosofía, destacando la necesidad de que más cristianos tomen en serio a la disciplina. Luego le sigue una interesante bibliografía anotada para lectura adicional.

Una de las mejores características de este libro no es específicamente su texto principal, sino las notas al pie: están llenas de referencias que animan a la lectura de fuentes primarias y secundarias. Por tanto, aun cuando este libro pudiera no ofrecer mayor valor al lector con cierta formación intelectual, sin embargo brinda excelentes sugerencias para ampliar el estudio.

Es difícil pensar en Christian Philosophy como la obra definitiva que hará superar la crónica (en el primer mundo) y aguda (en América Latina) deficiencia de materiales de reflexión filosófica con orientación evangélica y protestante. La sección de historia de la filosofía es especialmente decepcionante e inadecuada.

Sin embargo, el libro tiene características que lo hacen muy rescatable. Primero, los capítulos de la primera y tercera partes constituyen un gran aporte a la filosofía evangélica. Segundo, tanto la bibliografía comentada como las citas bibliográficas de las notas al pie constituyen un excelente trampolín para ampliar conocimientos; se nota la amplitud de las lecturas de los autores. Para la parte histórica, sin embargo, creo que el lector puede recurrir a obras mejores y más completas. Habiendo dicho esto, Christian Philosophy es una obra introductoria que ofrece un aporte significativo al área, y ofrece mucho de provecho a cada lector. Pese a las objeciones, recomiendo su lectura. Sería maravilloso contar con una obra así disponible en español.

Actualización: El periódico El Trueno tuvo la gentileza de publicar este artículo en su medio. Desde ya muchas gracias por el espacio.

Animar y edificar

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Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán.

Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo.

Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él. Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.

1 Tesalonicenses 5:1-11

San Pablo nos recuerda en su carta a los Tesalonicenses que los acontecimientos del fin se darán de manera «repentina» e inevitable, de manera que nadie podrá escapar a ellos. En otras palabras, estamos hablando de algo inminente; no sabremos cuándo sucederá, pero sabemos que no hay condición o requisito alguno que impida tal suceso. El Señor puede venir hoy mismo, al segundo siguiente, o dentro de mil años (2 Pedro 3:8–10). Es igual.

Entonces cabe la pregunta: ¿estamos preparados? San Pablo nos dice que somos hijos de la luz; no pertenecemos a las tinieblas y en consecuencia, la actitud correcta ante la venida del Señor puede considerarse bajo dos aspectos:

  1. «Velemos». Es decir, «no durmamos como los demás». No nos dejemos engañar. No nos dejemos llevar por cantos de sirena, por «doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Efesios 4:14). Al contrario, hay que vigilar firmes, constantes, en la verdad, listos para la batalla; con fe, amor, y la esperanza de salvación como protecciones firmes y seguras.
  2. «Seamos sobrios». Esta es una de tantas exhortaciones que encontramos en la Biblia a la sobriedad; la virtud que busca moderación por sobre todas las cosas. Evitemos los extremos; evitemos los excesos. «No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso; ¿por qué habrás de destruirte?» (Eclesiastés 7:16). Antes que excesos, busquemos orden, paz, tranquilidad y misericordia. Lamentablemente, la sobriedad no vende. Un culto sobrio es un culto «frío». Una oración sobria es una oración «falta de unción». Un himno sobrio es «aburrido».

Preguntémonos: ¿qué buscamos al servir al Señor: una descarga emocional, o servir al Rey de Reyes como Él quiere ser servido, con diligencia y sobriedad? ¿Qué buscamos en la vida cristiana, en el culto, en la vida de oración: una droga emocional o someter nuestras almas a Cristo? Si queremos responder correctamente, recordemos la exhortación apostólica: «seamos sobrios».

Finalmente el Apóstol nos recuerda nuestro destino final: estar con Jesucristo. Y mientras le esperamos, nos recuerda nuestra tarea como miembros de la iglesia:

a) «Animaos unos a otros». Vivimos en un mundo lleno de dificultades y sinsabores. Borges decía del ser humano, que «en cada esquina lo anda acechando el mal rato». Esta situación se refleja en la Iglesia; hay demasiados hermanos y hermanas que llevan cansados el peso de una angustia personal casi insoportable. No sabemos cuáles son las tragedias y fracasos de nuestro hermano; pero sí podemos darle ánimo. No cuesta mucho preguntar cómo está, cómo se siente, cuáles son sus motivos de oración; y tampoco cuesta darle una palabra de elogio sincero, una palabra de ánimo, de paz y de consuelo. No cuesta mucho orar por él o ella, y por sus intenciones. Pongámonos como meta hacerlo siempre que podamos.

b) «Edificaos unos a otros». No solamente necesitamos ser sostenidos, sino que necesitamos crecer. Crecer en la oración, crecer en la comunión unos con otros, crecer en la lectura de la Palabra, crecer en el amor de Dios, en la semejanza de nuestro Señor Jesucristo. Ayudemos a nuestro hermano a crecer; ayudémonos unos a otros a orar, a estudiar la Palabra, a adorar juntos en el culto, a dar gloria a Dios en cada aspecto de nuestra vida.

Animar y edificar; sostener y crecer. Cristo ya viene; pero mientras llega, animando y edificando ya construimos su Reino en la Tierra, y anunciamos su Evangelio al mundo que lo rechaza. Vigilemos y seamos sobrios, para así cumplir fielmente su voluntad.

Señor Dios, Padre Todopoderoso, que mediante tu Espíritu nos has congregado en la Iglesia de tu Hijo Jescuristo: danos la sobriedad necesaria para estar vigilantes en pos del regreso del Señor, animándonos y edificándonos mutuamente para gloria tuya y proclamación de tu Evangelio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Destete

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Como un niño destetado de su madre;
Como un niño destetado está mi alma.

Salmos 131:2b

En algún momento nos llega y tenemos que enfrentarla. El postrer enemigo, la pálida, la Parca… la muerte, ese poder maligno que nos arrebata sin pausa lo que más amamos. Lo hace de muchas maneras. Puede ser de improviso, sin avisar y repentinamente; en un instante determinado estábamos conversando y alegrándonos con alguien, y al instante siguiente esa persona ya no está. O puede ser después de una enfermedad penosa y larga, en donde esa persona amada se nos va apagando, y vemos impotentes cómo la vida le va dejando, poco a poco, sin que podamos hacer nada por detenerlo. En cualquier caso está claro: la muerte es una enemiga despiadada y cruel. Allí quedamos nosotros, sin ese ser querido, con nada más que sus recuerdos, o las pocas cosas que dejó atrás y que nos hablan de él. ¿Qué hacemos ahora..?

Este salmo, aunque no parezca, nos habla de esta realidad. Parece, y está, empapado de imágenes maternales. Nos proyecta la imagen de un bebé, un infante, un niño muy pequeño, completamente confiado en el cuidado de su amorosa madre, quien lo cuida con ternura infinita. Probablemente, si abrimos algún comentario sobre el texto, es lo que nos diría. Más aun; una consulta a varias traducciones nos indica que varios traductores han interpretado esta imagen como la de un niño recién amamantado, y satisfecho. Sublime ternura, sin duda; pero no muy correcta.

Efectivamente, el salmo habla de un niño pequeño, como dijimos, completamente confiado en el tierno cuidado de su madre; una ilustración clásica del amor infinito de la maternidad. Pero la imagen no es la de un niño contento, satisfecho y amamantado, sino todo lo contrario.

Como siempre, la Biblia tiene formas de apuntar a realidades durísimas con suma franqueza, y aquí tenemos un claro ejemplo. Este niño, rodeado del sublime amor de su madre, no está contento. No está feliz. Está destetado. Esa es la palabra empleada en el original: destetado. Su forma habitual de alimentarse y relacionarse con su madre, terminó. Ya no sigue más. Aquello que era conocido y seguro, su refugio en donde podía hallar alimento y afecto, le fue arrancado, y ya no podrá volver a hacerlo nunca más. Como dice el diccionario en una de sus acepciones, es «apartar a los hijos de las atenciones y comodidades de su casa para que aprendan a desenvolverse por sí mismos».

No hay forma de evadir esta realidad. Es un cambio traumático, brutal, durísimo. Es la vida que avanza, y que exige cortes y negativas. Por parte del niño, implica dolor, molestia, enojo, y sensaciones de abandono.

Es esta la sensación que describe el salmista. ¿Cuál es la circunstancia que lo ha motivado? No podemos saber, pues no se nos brinda ese detalle. Pero sabemos la confesión de su dolor: «como niño destetado está mi alma». A mi alma —dice el Salmista— le arrancaron algo o alguien a quien quería muchísimo. A mi alma se le ha negado aquello que era tan común hasta hace poco, tan cotidiano, pero que ahora ya no será nunca más. Es la experiencia del destete; es la experiencia de la separación, del alejamiento, de la pérdida; de una soledad existencial, vital, de un agujero en el alma que nunca podremos llenar. Es la experiencia del dolor, algo que nos toca vivir en esta vida; es nuestro destino, si a algo podemos llamar así.

Esa es la experiencia que nos toca vivir cuando alguien cercano y amado nos deja. Solo queda el vacío, y las ansias de algo que ya nunca más experimentaremos. Una sonrisa, una palabra de cariño, nuestro nombre pronunciado por ese ser amado, el sonido de su voz, su mirada, su ánimo; cosas conocidas, pero que nos han sido destetadas, arrancadas, eliminadas. «Como un niño destetado de su madre, como un niño destetado está mi alma».

No hay vuelta atrás para este dolor, ni para lo que viene con él. Podemos sentir tantas cosas: insomnio, agotamiento, irritabilidad, y a veces el llanto, o muchas otras cosas. Como el niño destetado, retroceder no es posible. Con este dolor tenemos que vivir, tenemos que intentar seguir, pero ¿cómo? ¿Cómo ir adelante, si lo que más queríamos nos fue arrancado…?

La Palabra de Dios nos indica que una solución efectiva es aferrarnos a la esperanza. Como nos dice el versículo 3: «espera, oh Israel, en el Señor, desde ahora y para siempre». Porque Él nos promete que algún día, alguna vez, todo dolor va a pasar. Mediante el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, Dios «enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido» (Apocalipis 21:4, BLPH). Hoy la muerte pudo tener una victoria momentánea, pero va a llegar ese día en el cual, mediante la preciosa sangre de Jesucristo, nuestro Señor, esto se va a acabar, y la muerte se irá para nunca más volver. Tenemos esperanza (1 Tesalonicenses 4:13) gracias a Cristo Jesús.

En medio de este vacío, de esta sensación de embotamiento en donde todo tiene el mismo color gris, el mismo sabor insípido, el mismo peso de rutina, confiemos y esperemos. Llegará el día en donde la sensación de ser un «niño destetado» quedará en el pasado, definitivamente. Si estás enfrentando el dolor de una pérdida, te invito a confiar en Aquel que lo perdió todo para darnos la posibilidad de vivir.

Señor Dios, que diste a tu hijo Jesucristo para darnos la vida eterna por los méritos de su redención: Ayúdanos a esperar en ti, y mediante tu Espíritu Santo, consuélanos de tanto dolor que nos toca vivir, y también consuela a tanta gente que debe vivir pérdidas indecibles, para que tengamos esperanza y salgamos adelante fortalecidos con tu gracia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Una súplica ante la aflicción

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Afligido estoy en gran manera;
Vivifícame, oh Jehová, conforme a tu palabra.

Salmos 119:107

El Salmo 119 es el capítulo más largo de toda la Biblia. Es un largo poema acróstico; cada letra del alfabeto hebreo (22) sirve de inicial a ocho versículos cada una, totalizando así 176 versículos. Su tema principal es, como nos dice el encabezado en la versión Reina-Valera 1960, cantar las «excelencias de la ley (o instrucción, o enseñanza) de Dios». Aun así, la mayoría de los estudiosos de la poesía hebrea no lo considera un ejemplo de alta calidad poética, considerando a otros salmos y poemas hebreos como mejor situados en esta categoría.

A pesar de todo lo dicho, el Salmo es una verdadera maravilla. Leer y meditar en él es una oportunidad de unir el placer estético con enseñanzas que a uno lo dejan humillado, asombrado, sorprendido; pero siempre con ánimo y consuelo. Cada versículo, cada línea del acróstico tiene tanta riqueza de contenido que bien puede ser la base de al menos un sermón completo, y apenas estaríamos raspando la superficie. Así es la multiforme sabiduría y gracia de nuestro Dios (Efesios 3:10; 1 Pedro 4:10).

En primer lugar, una vez más el Salmo 119 nos ofrece una pequeña joya llena de consuelo y paz. Nos habla de aflicción. Ya nos avisó el Señor Jesucristo: «en el mundo tendréis aflicción» (Juan 16:33). De hecho, esta enseñanza del mismo Cristo en el evangelio de San Juan es un paralelo muy apropiado de este versículo.

El Salmo, y también Jesucristo nuestro Maestro, en su instrucción (torah), nos brindan un muy necesario equilibrio bíblico ante el triunfalismo imperante en tanto discurso pseudoespiritual. En muchas ocasiones, en nuestros ambientes eclesiásticos nos hacen cantar himnos que dicen «Feliz, cantando alegre / Yo vivo siempre así…», y nos hablan del gozo, de mostrar una carita feliz a los ojos de todos, especialmente a los de afuera. Pero la realidad es otra. «Afligido estoy». Esa es la realidad. «En gran manera»; esa es nuestra porción de la vida. Soy cristiano, pero confieso que no puedo cantar ese himno con sinceridad.

A diferencia de ese discurso falso y triunfalista, la Biblia nos habla con la verdad cruda. ¿Gozo? No; aflicción es lo que hay, y en gran manera. La aflicción de un corazón roto; de ver a un ser querido irse intempestivamente, sin haber dado una palabra de adiós. La aflicción de ver necesidad, dolor, enfermedades, alrededor nuestro sin poder dar siquiera una respuesta. La aflicción de saberse objeto de incomprensión o de prejuicios, de murmuración, de maldad, de intrigas. La aflicción de saber que el ser amado se aleja de nostros. La aflicción; esa es nuestra parte en la vida, «en gran manera».

Es bueno reconocer esto. Es bueno reconocer que muchas veces no estamos bien. No precisamente para recibir compasión o empatía (esa palabra tan prostituida) de otras personas; sino para ser sinceros, ir con la verdad, y mostrar a otros que el cristianismo no es una droga, una píldora, un sedante emocional que nos atonta y nos calma el dolor sin atacar la causa. El cristianismo es gozo y paz, sin dudas; pero para llegar allí tenemos que pasar por el valle de la sombra de muerte, el valle del dolor. En el mundo, dice el Señor, tendremos aflicción.

En segundo lugar, ante la aflicción que vivimos en esta vida, la respuesta del salmista es suplicar a Dios. Este ruego es claro: «vivifícame, oh Señor». Dame vida, Dios mío; dame las fuerzas para seguir. Dame ganas de vivir y seguir adelante, porque sin eso no voy a durar un solo segundo. Dios, mediante su Espíritu Santo, es el Dador de Vida (Juan 6:63); Él es quien da vida a los muertos, y llama a las cosas que no son, como si fuesen (Romanos 4:17). La aflicción, esa muerte en vida, tiene un solo remedio y es Aquel que nos da vida, aquel que es vida para nosotros.

Entonces cabe preguntarnos: ¿cómo respondemos ante esta dura aflicción? Buscamos un calmante, o buscamos a la Vida misma, el Señor todopoderoso, la única respuesta posible? ¿Cómo está nuestra vida interior, nuestra relación personal? ¿Estamos dispuestos a buscarle y a pedirle que nos dé esa vida que necesitamos? Pero sobre todo, ¿estamos en condiciones de tener esa vida? Examinémonos; como dice la Palabra, «revisemos nuestras sendas y volvamos al Señor» (Lamentaciones 3:40 BLPH).

Finalmente, el salmista pide al Señor que le dé vida «conforme a su palabra». Puede parecer poco importante, pero aquí se encierra una lección profunda.. Una vez más estamos frente a la Palabra. En el principio era la Palabra; y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Juan 1:1). Dios no es una fuerza bruta impersonal que administra castigos y consecuencias con la impersonalidad del karma oriental, o el relojero que dio cuerda a la creación, dándole leyes, y se desentendió de ella.

No, amigos queridos. Dios no es así. Dios es una persona que está activa y presente en el universo y en nuestra existencia. Pero sobre todo, Dios es alguien que ha hablado (Hebreos 1:1). Dios no se quedó callado. El tiene un mensaje, algo que comunicar a la humanidad. Esa Palabra es vivificante; esa palabra da vida y esperanza. Ese mensaje supremo de Dios es un mensaje de consuelo, una buena noticia de esperanza y paz. Es el mismo Dios dándose a conocer, porque la Palabra es Dios (Juan 1:1).

Esa Palabra, que vivifica, que anima, que llama a las cosas que no son, como si fuesen, determinó un momento histórico en el tiempo y en el espacio en donde se hizo carne, ser humano, y habitó entre nosotros (Juan 1:14). Dios nos vivifica por su palabra; y especialmente por Jesucristo, nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre, Palabra encarnada de Dios.

En conclusión, la enseñanza de este versículo del Salmo es inagotable en su riqueza. Nos deja varias lecciones:

  1. Debemos superar la idea de que en el cristianismo todo es alegría, todo es bello y lindo. El cristianismo no es un cuentito de hadas. Se nos promete un final feliz; pero mientras tanto, la aflicción es dura, es cruel, y es algo por lo cual vamos a tener que pasar en algún momento.
  2. Ante la aflicción, busquemos a Dios en oración, y pidámosle a Él que nos dé vida.
  3. Esta vida se da solamente mediante la Palabra. ¿Estudiamos la Palabra? ¿Buscamos conocerla, incorporarla a nuestras vidas, vivirla como una enseñanza real?
  4. Especialmente, necesitamos esta relación real con la Palabra encarnada de Dios, Jesucristo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (1 Juan 5:12).

Solo en Jesús, Señor nuestro, podremos superar definitivamente la aflicción. «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Que Dios Padre, mediante Jesucristo su Hijo, Palabra encarnada, y la poderosa acción del Espíritu Santo, nos dé vida, consuele nuestra aflicción y la transforme en vida, paz, y gozo. Amén.

Vestirse

Black Framed Eyeglasses On White Jacket And Blue Denim Bottoms

Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.

La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Colosenses 3:12-16

Aquí el Apóstol Pablo nos indica una triple bendición del cristiano por parte de Dios:

  1. La primera bendición es que somos escogidos por Dios. Él nos eligió desde antes de la fundación del mundo para ser santos y sin mancha delante de él, para alabranza de la gloria de su gracia (Efesios 1:3-6). Al escogernos, Dios cambia nuestra historia y nuestro destino; de estar destinados a la muerte, ahora recibimos vida eterna y esperanza por la preciosa sangre de Cristo.
  2. La segunda bendición es que somos santos: Somos apartados, somos un pueblo apartado, adquirido por Dios para anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9), santificados porque Dios mismo es santo (1 Pedro 1:15-16).
  3. La tercera bendición es que somos amados. Dios nos amó primero (1 Juan 4:19) por su gran misericordia. Al amarnos, nos adoptó como sus hijos, hermanos de Jesucristo, miembros de la familia de la fe. Gracias a su misericordia Dios nos quiere a pesar de todo; a pesar de nuestros enormes pecados, a pesar de nosotros mismos, a pesar de que no merezcamos este amor. Pero Dios nos ama a tal punto que nos dio a su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

Esta triple bendición determina ciertas prioridades. Pablo nos dice que tenemos que «vestirnos» de ciertas virtudes. Al decir que nos vistamos, está indicando la importancia de este consejo. Para un ser humano normal, la vestimenta no es un lujo; es una necesidad básica, fundamental. Carecer de lo necesario para vestirse ubica a la persona en el rango de pobreza extrema. Por tanto, vestirse es importante.

El Apóstol aquí nos indica que debemos vestirnos de misericordia entrañable, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Son cinco virtudes: fáciles de entender, fáciles de señalar y caracterizar, pero muy difíciles de ponerlas en práctica. Pero así como la vestimenta nos identifica, estas virtudes identifican al cristiano.

Si queremos mostrar que somos escogidos de Dios, seamos humildes y misericordiosos con los demás.

Si queremos mostrar que somos santos, demostremos ser mansos y pacientes, aun en los momentos más amargantes de nuestra vida.

Si queremos mostrar que Dios nos ama, vistámonos de amor y paz, y demostremos ese amor a otros.

Humildad, mansedumbre, paciencia; benignidad, misericordia, amor y paz. Este es el uniforme, la ropa del cristiano, que debe revestir su alma.

Por eso preguntémonos hoy: ¿Cómo vivo estas virtudes? ¿Cómo mejorarlas? La respuesta de la Palabra es clara: «Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:3).

Las cosas no están fáciles. Estamos en un tiempo lleno de angusta, contrariedades, y desesperación. El presente y el futuro están signados por la incertidumbre para todos; y para muchos, por el dolor insoportable de pérdidas muy difíciles de superar. Ante esto, recordemos el consejo de Pablo y vistámonos de benignidad, de misericordia, de amor; y dejemos que la paz de Cristo, que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7) sea quien gobierne nuestras vidas.

Que el amor y la gracia del Señor Jesucristo, Aquel que nos enseñó la mansedumbre, la paciencia, la humildad, el amor y la misericordia, estén con nosotros siempre; y que el mismo Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, bendiga nuestras vidas, nos renueve de esperanza, y nos transmita su paz. Amén.

¡Feliz Cumpleaños, Juan Calvino!

Autor: Moncornet, Baltazar – Fecha: 1616 / 1665

Hoy celebramos el 512 cumpleaños de Juan Calvino. Abogado, pastor, teólogo, político y reformador de la Iglesia, es uno de los gigantes de la cultura occidental por derecho propio. Nacido en Noyon (Francia) el 10 de julio de 1509, falleció en Ginebra (Suiza) el 27 de mayo de 1564. Dejó una gran cantidad de obras pero el trabajo de su vida fue la Institución de la Religión Cristiana, manual de instrucción en la fe modelado en dos textos que fueron formativos para él: la Institutio Oratoria de Quintiliano y las Institutiones de Justiniano (parte del Corpus Iuris Civilis, la base de nuestro derecho romano).

A Calvino le admiro por muchas razones; pero uno de sus rasgos que más me llama la atención es el equilibrio que logra entre la profundidad doctrinal y la moral cristiana; y dentro de esta última, por la armonía que logra entre las exigencias inquebrantables del servicio a Dios y la realidad práctica de la vida. Aun hoy, sigue hablando a los problemas del cristiano y la Iglesia de manera cruda, directa, pero siempre ofreciendo ayudas prácticas.

Ya es hora de que como Iglesia, sin sectarismos y sin prejuicios, aprendamos a valorarlo y a recuperarlo. Con sus 512 años, Calvino sigue hablándonos, enseñándonos, y señalando el rumbo al pueblo de Dios.

Si creemos que el único medio de prosperar y de conseguir feliz éxito consiste en la sola bendición de Dios, y que sin ella nos esperan todas las miserias y calamidades, sólo queda que desconfiemos de la habilidad y diligencia de nuestro propio ingenio, que no nos apoyemos en el favor de los hombres, ni confiemos en la fortuna, ni aspiremos codiciosamente a los honores y riquezas; al contrario, que tengamos de continuo nuestros ojos puestos en Dios, a fin de que, guiados por Él, lleguemos al estado y condición que tuviere a bien concedernos.

Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, III:vii,9

Empezamos

Es un largo camino el que nos toca recorrer…

¡Bienvenidos!

Hace un tiempo ya, varios amigos y hermanos me plantearon la posibilidad de iniciar un blog en castellano.

Ya tengo este blog en inglés, y además tengo un sitio estático en castellano en donde tengo cierto contenido (sombragris.org). Sin embargo, vengo escribiendo algunos artículos en Facebook desde hace tiempo, pero estoy cada vez menos satisfecho con esa red social.

La respuesta obvia era iniciar un blog nuevo en castellano o aprovechar este blog en inglés. Ambas posibilidades traían consigo sus propias complicaciones. Finalmente me decidí por ampliar el blog en inglés. De este modo creo que podemos acceder a la mejor solución.

Entonces: a partir de hoy iniciamos este camino: bloguear en castellano para quienes prefieren leerme en ese idioma. Una tarea nada sencilla, pero que considero que debo hacerla.

¿Significa eso que dejo Facebook? Ya quisiera… pero no. Hay demasiado invertido en ella como para dejarla abruptamente. Pero, a partir de ahora, en vez de un posteo propio, voy a compartir un enlace a artículos del blog cada vez que quiera decir algo importante.

Espero contar con el apoyo y participación de ustedes. ¡Que Dios les bendiga!

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