VestÃos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, asà también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestÃos de amor, que es el vÃnculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabidurÃa, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Colosenses 3:12-16
Aquà el Apóstol Pablo nos indica una triple bendición del cristiano por parte de Dios:
- La primera bendición es que somos escogidos por Dios. Él nos eligió desde antes de la fundación del mundo para ser santos y sin mancha delante de él, para alabranza de la gloria de su gracia (Efesios 1:3-6). Al escogernos, Dios cambia nuestra historia y nuestro destino; de estar destinados a la muerte, ahora recibimos vida eterna y esperanza por la preciosa sangre de Cristo.
- La segunda bendición es que somos santos: Somos apartados, somos un pueblo apartado, adquirido por Dios para anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9), santificados porque Dios mismo es santo (1 Pedro 1:15-16).
- La tercera bendición es que somos amados. Dios nos amó primero (1 Juan 4:19) por su gran misericordia. Al amarnos, nos adoptó como sus hijos, hermanos de Jesucristo, miembros de la familia de la fe. Gracias a su misericordia Dios nos quiere a pesar de todo; a pesar de nuestros enormes pecados, a pesar de nosotros mismos, a pesar de que no merezcamos este amor. Pero Dios nos ama a tal punto que nos dio a su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
Esta triple bendición determina ciertas prioridades. Pablo nos dice que tenemos que «vestirnos» de ciertas virtudes. Al decir que nos vistamos, está indicando la importancia de este consejo. Para un ser humano normal, la vestimenta no es un lujo; es una necesidad básica, fundamental. Carecer de lo necesario para vestirse ubica a la persona en el rango de pobreza extrema. Por tanto, vestirse es importante.
El Apóstol aquà nos indica que debemos vestirnos de misericordia entrañable, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Son cinco virtudes: fáciles de entender, fáciles de señalar y caracterizar, pero muy difÃciles de ponerlas en práctica. Pero asà como la vestimenta nos identifica, estas virtudes identifican al cristiano.
Si queremos mostrar que somos escogidos de Dios, seamos humildes y misericordiosos con los demás.
Si queremos mostrar que somos santos, demostremos ser mansos y pacientes, aun en los momentos más amargantes de nuestra vida.
Si queremos mostrar que Dios nos ama, vistámonos de amor y paz, y demostremos ese amor a otros.
Humildad, mansedumbre, paciencia; benignidad, misericordia, amor y paz. Este es el uniforme, la ropa del cristiano, que debe revestir su alma.
Por eso preguntémonos hoy: ¿Cómo vivo estas virtudes? ¿Cómo mejorarlas? La respuesta de la Palabra es clara: «Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sà mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:3).
Las cosas no están fáciles. Estamos en un tiempo lleno de angusta, contrariedades, y desesperación. El presente y el futuro están signados por la incertidumbre para todos; y para muchos, por el dolor insoportable de pérdidas muy difÃciles de superar. Ante esto, recordemos el consejo de Pablo y vistámonos de benignidad, de misericordia, de amor; y dejemos que la paz de Cristo, que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7) sea quien gobierne nuestras vidas.
Que el amor y la gracia del Señor Jesucristo, Aquel que nos enseñó la mansedumbre, la paciencia, la humildad, el amor y la misericordia, estén con nosotros siempre; y que el mismo Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, bendiga nuestras vidas, nos renueve de esperanza, y nos transmita su paz. Amén.