En nuestro ambiente evangélico ha causado bastante impacto la decisión de un conocido influencer, conocido por su trabajo en apologética, de hacerse miembro de la Iglesia Católica Romana. Suena rarÃsimo, ¿verdad? Y el paso ha causado consternación en nuestras carpas, mientras ha sido recibido con gozo en ambientes católico romanos, especialmente en su vertiente más crudamente ultramontana y militante. Hasta me imagino un segmento latino del conocido programa «Camino a casa» de la emisora católica EWTN con este apologeta como invitado principal.
Ya mucho se escribió y se dijo sobre esta conversión al catolicismo. Dentro del segmento evangélico —que es el que me compete— esto por poco no representa un pase al Lado Oscuro como el de la trágica figura de Anakin Skywalker. Vi algunas respuestas de poca calidad, pero también buenos análisis. Particularmente bueno fue un panel realizado el pasado lunes. Organiado por Hebert Alum, pastor de una iglesia local, tuvo la participación de tres grandes amigos como panelistas. Las contribuciones de dicho panel fueron de gran calidad. Ya que el tema ha causado consternación, era necesario hablar asà para dar tranquilidad a la iglesia local, y animar a la prudencia.
Este servidor no hablará sobre este punto, ya que no tengo tiempo, primero; y segundo, otros lo hicieron y muy bien. Pero quiero hablar a mi pueblo, el evangélico, sobre algo que vi en la reacción a la noticia, y que se debe corregir.
Muchas veces veremos gente cercana, querida o conocida tomar decisiones y anunciar cambios importantes, y que no son de nuestro agrado. Hoy fue este apologista; mañana será otra persona, con un anuncio diferente pero también molesto. El problema está en que, en el afán de entender una decisión de este tipo, algunas respuestas tratan de atribuir todo a la falta de integridad en la persona que cambia. Veamos:
- Se cuestiona la integridad doctrinal. Evidentemente, este cambio se debió a que el converso era un ignorante. Si hubiese sabido / aprendido más, esto no habrÃa pasado. Lo opuesto también abunda en filas católicas, en donde a veces se oye el refrán «católico ignorante, futuro protestante».
- Se cuestiona la integridad espiritual. Si esta persona se cambió a la otra carpa, es porque nunca realmente fue un creyente; nunca fue cristiano, nunca fue evangelizado. Es un inconverso como lo demuestra su paso a la otra carpa.
- Se cuestiona la integridad personal. No he visto mucho de eso en esta ocasión, pero es otro argumento común en casos similares. Se va a la otra carpa porque no puede vivir con la santidad suficiente, o porque en el otro lado se siente mejor (le «llena»), o porque hubo algún gancho poco honesto (pareja, dinero, similares).
Sobre esto sà quiero hablar. Estas respuestas tienen todas algo en común: no van al centro, a la raÃz de la cuestión: ¿por qué alguien decidió optar por algo que nos parece tan incorrecto, tan errado..? Cuestionar la integridad del otro es un recurso’i (recurso de poca monta); es un pretexto barato que tiene el poder de blindar nuestra cosmovisión, y de cuestionar al otro sin tener que cuestionarnos a nosotros mismos. Pero esto no es lo que San Pablo dice: «Asà que, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Corintios 10:12).
Primero, veamos la integridad doctrinal. Hay quienes cambian de religión / denominación con pleno y acabado conocimiento de la doctrina evangélica. No se cambian por ignorantes; sencillamente, han considerado las pretensiones del otro lado, y han considerado tales pretensiones como válidas en el contexto. Antes que reforzar la doctrina propia, se deberÃa dialogar crÃticamente con la doctrina rival; y aquà no me refiero a los cucos o errores que parecen evidentes, sino a planteos y pretensiones que son básicos. ¿Por qué no hay una sola iglesia de Cristo? ¿Por qué hay tanta división entre protestantes? y cosas asÃ.
Ahora veamos la integridad espiritual Esta explicación no explica nada. Sin duda que alguien que nunca ha sido salvo puede encontrar un hogar espiritual en la carpa que consideramos falsa y errónea. En aras del debate, supongamos que sÃ, que la carpa contraria es falsa y herética. Pero entonces, ¿por qué un verdadero creyente en Cristo, salvo por la sola fe, no podrÃa adoptar tales creencias? Hemos sido librados de la ira venidera, pero todavÃa estamos expuestos a las «artimañas del error» y a «todo viento de doctrina» (Efesios 4:14). Hermanos queridos, no somos infalibles. No estamos exentos de errar, aun en lo doctrinal y eclesiológico. Es perfectamente posible que un verdadero creyente se pase a una carpa equivocada, asà como es perfectamente posible que cometamos errores en cualquier área de la vida. En otras palabras: pasarse a la otra carpa no es señal de no ser salvo. En esencia, es una cuestión absolutamente impertinente.
Finalmente, veamos la integridad personal. Esto resulta particularmente doloroso, porque es el mecanismo de respuesta más común cuando el pase de carpa ocurre en el sentido opuesto; es decir, del catolicismo al protestantismo: el protestantismo con la sola fides te da licencia para pecar; o porque te dan dinero o trabajo; o porque un culto evangélico «te llena». Pero nuevamente, ¿acaso es imposible que una persona con una alta ética cristiana se pase a la carpa opuesta? ¿Acaso tampoco se han dado casos de gente que por cambiar de carpa lo perdió casi todo? Y sobre eso de «llenar» a uno, me causa gracia porque es una de las cosas que sé que alguien dijo cuando me convertà al protestantismo. SÃ, claro, de pasar a cantar gregoriano a ir en un lugar en donde se vociferaban jingles de Marcos Witt a decibelios de sordera, me llenaba… Y en este caso también podrÃa ser posible. Nuestro apologista no fue a Roma a subir de rodillas la Scala Santa porque «le llenaba». Es incluso posible que esta persona quizá sienta una profunda insatisfacción con el modo particular en que el catolicismo desarrolla su liturgia y doctrina; en tal caso, la razón va por otro lado, pero existe. Ese es el punto.
Queridos hermanos: no seamos ingenuos. En la mayorÃa de los casos, un cambio de carpa no denota una falta de integridad; ni doctrinal, ni espiritual, ni personal. Las decisiones del prójimo se respetan, y un cambio de religión o iglesia, hecho en buena conciencia, no puede ser despreciado. No es correcto minimizar esto achacando una falta de integridad al convertido. Salvo causas evidentes, debemos presumir la integridad del otro. Las personas Ãntegras también cambian.
«Como queréis que hagan los hombres con vosotros, asà también haced vosotros con ellos» (Lucas 6:31). Al anunciar nuestra conversión a Cristo, no nos habrÃa gustado que alguno lo explique cuestionando nuestra integridad. Apliquemos la Regla de Oro, y respetemos la decisión del prójimo.