Herman Bavinck: Algunas reflexiones sobre la expiación limitada

Herman Bavinck (1854-1921). Tomado de la carátula del tercer volumen de su Dogmática.

Algunos me preguntaron si la doctrina calvinista de la expiación limitada es mero fruto de la especulación. Podría haber articulado algún tipo de respuesta, pero preferí ir a la fuente y citar a uno de los más distinguidos teólogos, Herman Bavinck (1854-1921). En el tomo 3 de su dogmática, en el cual trata acerca de la obra de Cristo, considera la abundante evidencia bíblica para la expiación limitada, y explica los textos en donde se habla de una expiación presuntamente universal. Luego de su examen bíblico, pasa a considerar las implicaciones de la doctrina. De esta sección paso a transcribir el siguiente texto. Creo que estará claro que aquí estamos frente a una sólida y sobria reflexión teológica, lejos de cualquier especulación abstracta. Bavinck exhibe aquí las implicaciones claras de lo que la Biblia dice.


Si Jesús es realmente el Salvador, también realmente debe salvar a su pueblo; no en potencia, sino realmente y de hecho, de manera eterna y completa. Y esto, de hecho constityue el núcleo central de la diferencia entre los proponentes y los oponentes de la satisfacción (expiación) particular. Esta diferencia se define de manera incorrecta, o al menos está muy lejos de ser completa, cuando uno la formula exclusivamente sobre la cuestión de si Cristo murió y dio satisfacción por todos los seres humanos o sólo por los electos. Tampoco es éste el modo en que la diferencia se considera y se decide en el capítulo segundo de los Cánones de Dort. La verdadera cuestión concierne al valor y poder del sacrificio de Cristo, la naturaleza de la obra de salvación. Salvar —dijeron los reformados— es salvar de verdad, completamente, por toda la eternidad. Esto fluye naturalmente del amor del Padre y la gracia del Hijo. Aquellos a quienes Dios ama por quienes Cristo dio satisfacción sin falta son salvos. Tenemos que hacer una elección: O bien Dios amó a todas las personas y Cristo dio satisfacción por todos —y entonces todos, sin falta, serán salvos— o la Escritura y la experiencia dan testmonio de que este no es el caso. En tal caso, entonces, ninguno puede, y no podríamos decir que Dios amó a todas las personas, al menos no con aquel amor especial con el cual él conduce a los elegidos a la salvación, ni que Cristo murió y dio satisfacción por todos, aun cuando su muerte indirectamente produce algún beneficio para todos. Y así llegaron a la confesión: «Porque este fue el consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios Padre: que la virtud vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se extendiese a todos los predestinados para, únicamente a ellos, dotarlos de la fe justificante, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación; es decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que Él corroboró el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus, linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la eternidad fueron escogidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre» (Cánones de Dordt, II:viii).

Ellos, por tanto, adoptaron una postura vigorosa contra los universalistas, no solamente en primer lugar porque estos últimos hicieron la expiación aplicable a todos; sino, principalmente porque, al hablar como lo han hecho, empezaron a desarrollar un punto de vista muy diferente de la obra de salvación y no han hecho plena justicia al nombre de Jesús. En lógica está la regla: «cuanto mayor es la extensión, menor es la aprehensión» (quo maior extensio, mino comprehensio; «quien mucho abarca, poco aprieta»), y esta regla, que se aplica en numerosas áreas, también se aplica aquí. Con la supuesta intención de honrar la obra de Cristo, los proponentes de la expiación universal empezaron a debilitarla, disminuirla y limitarla. Porque si Cristo dio satisfacción por todos, entonces la adquisición de la salvación no implica necesariamente su aplicación a menos que uno adopte la idea de Orígenes de que un día todos los humanos realmente serán salvos. Pero esto no es lo que han afirmado los proponentes de la expiación universal. Así como lo han hecho los reformados, han dado por sentado de que mucha gente, tanto dentro como fuera del círculo en el cual el evangelio ha sido y está siendo proclamado, estaban perdidas. De ahí que la aplicación de la salvación estuviese desligada de su adquisición; fue una adición accidental y no una implicación natural y lógica. Dios, por tanto, ha ordenado a su Hijo morir en la cruz sin un plan definido de salvar sin falta a alguno. Cristo, por su muerte, no aseguró la salvación de nadie con certeza. En el análisis final, la aplicación de la salvación dependía totalmente del libre albedrío de las personas. Este albedrío debe potenciar la obra de Cristo, hacerla fructífera, y permitir que se volviese realidad. En otras palabras lo único que le queda a Cristo por lograr no es la realidad, sino la posibilidad de la salvación; no una reconciliación real sino una reconciliabilidad en potencia, «el estado salvable». Cristo solamente aseguró para Dios la posibilidad de celebrar un pacto de gracia con nosotros; esto es, de otorgarnos el perdón de los pecados y vida eterna, si creemos. La parte más significativa de la obra de salvación, aquello que realmente efectúa la salvación, todavía queda por ser efectuada por nosotros. Cristo no estableció el pacto de gracia en sí por su sangre; él no ha perdonado en realidad los pecados de su pueblo, sino solamente ha dado a conocer que no hay objeción de parte de Dios en celebrar un pacto con nostros y perdonarnos nuestros pecados si y después de que nosotros, por nuestra parte, creamos. Por tanto, en realidad Cristo no aseguró nada para nosotros; solo aseguró para Dios la posibilidad de perdonarnos cuando cumplamos con las exigencias del evangelio.

Los universalistas, por tando, tienden a disminuir el valor y el poder de la obra de Cristo. Lo que ganan en cantidad —y esto sólo en apariencia— lo pierden en calidad […] Todos quienes enseñan una expiación universal deben llegar a las mismas conclusiones. El centro de gravedad se ha desplazado, ha salido de Cristo para ubicarse en el cristiano. La fe es la verdadera reconciliación con Dios.

Los reformados, sin embargo, han tenido un parecer diferente. La «expiación vicaria» no es una «cantidad ya determinada» sino un principio operativo y que incluye de manera fundamental toda la tarea de re-creación. La obra de Cristo quedará completa solamente cuando entregue el reino al Padre (1 Corintios 15:24), En vez de dejar abierta la posibilidad de ser salvo, él sava eternamente a los pecadores sobre la base del sacrificio completado en la cruz. Él es el Salvador porque no solamente ha muerto por nuestros pecados sino que además resucitó de entre los muertos, ascendió a los cielos y ahora, como el Señor exaltado, intercede por su iglesia. Se consagró a si mismo para que los suyos también puedan ser santificados en la verdad (Juan 17:19). Se dio a sí mismo por la iglesia para que pueda santificarla y presentársela a sí mismo con esplendor (Efesios 5:25-27). Cristo y su iglesia son de un solo origen, el cual es Dios (Hebreos 2:11), y son, como lo eran, un solo Cristo (1 Corintios 12:12). Dios da a los creyentes todo lo que necesitan, en y con Cristo (Romanos 8:32s, Efesios 1:3-4, 2 Pedro 1:3). La elección en Cristo trae todas las bendiciones con ella: adopción como hijos, redención por su sangre (Efesios 1:3ss), el don del Espíritu Santo (1 Corintios 12:3, fe (Filipenses 1:29), arrepentimiento (Hechos 5:31, 11:18; 2 Timoteo 2:25), un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Jeremías 31:33-34, Ezequiel 36:25-27; Hebreos 8:8-12; 10:16).

Fuente: Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, §406 (vol. 3).

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